Wednesday, October 25, 2006

 

EL LICENCIADO AQUILES

Hay tipos que nacen privilegiados: algunos, como Charly García, que tiene “oído absoluto”, otros como Diego Maradona (es el dueño de la pelota, de la voluntad de su contrincante) y Susana Gimenez, son amados indefectiblemente por que sí por toda la gente.
Pero más privilegiados aún son aquellos que nacieron en cuna de oro, rodeados de ayas, mucamas y docentes bilingües, viajes por el mundo y una batería de facilidades para existir entre juguetes electrónicos y debut sexual high tech asegurado.
Aquiles fue uno de estos tipos: nació en una familia adinerada y no le bastó mucho esfuerzo para mantenerse en tal riqueza. Eso sí: le costó un poco estudiar porque la matemática lo aburría, la literatura lo cansaba, la historia no la entendía. Cuando a los golpes terminó el secundario inició todas las carreras que creyó le podían asegurar en algo el porvenir: pero en abogacía se dormía provocando la ira de sus futuros posibles colegas, en medicina se desmayó la primera vez que vio sangre, en filosofía estaba en contra de los enfoques socialistoides de los docentes y sus propuestas audaces.
Le llevó unos años de reflexión –y varios viajes por el mundo- descubrir que el futuro pasaba por hacerse cargo de alguno de los negocios de su padre: desde que devino Director Delegado de la mayoría accionaria de la fábrica de cosméticos, Aquiles había descubierto que su destino pasaba por ahí.
Y su padre, preocupado por que el nene había superado los veinte y no se le conocía aún ninguna afición laboral concreta, decidió que debería conocer bien la empresa “desde abajo”. Así que ingresó sin más a “Cosméticos Labiales S.A.” como visitador de farmacias, una actividad entretenida y jugosa: entrenaba promotoras y cosmetólogas en las bondades de las líneas de productos, y cobraba comisiones sobre las ventas.
De forma veloz lo notó: ¡aquello sí que era su business! Así que, sin más, se inscribió en una de las carreras que cuando lo relataba todos le preguntaban ¿y eso qué es?: marketing.
Sus entrenamientos simultáneos con las promotoras de la empresa lo llevaron derecho a incrementar sus tendencias a una gran promiscuidad. Pasaba que en cuanto las chicas se enteraban que él era nada menos que “el hijo del patrón” demostraban una facilidad desusada para el acceso carnal. Hasta tal punto que él nunca hubiera pensado que era un tipo tan atractivo.
Y no pasó mucho tiempo sin que contrajera una enfermedad que su médico determinó como venérea. Aquiles cayó en un pozo del que se pensó que nunca más saldría. Tenía todo lo que quería: familia poderosa, dinero, mujeres, futuro. Pero se trastornaba al pensar que podía estar al borde de la muerte o, al menos, de alguna discapacidad. Hasta que un buen amigo de la familia de un amigo enterado de su desgracia, lo invitó a su iglesia.
Conocer los poderes que encierra interpretar libros sagrados en forma libre –uno de los preconceptos básicos del mundo de las religiones protestantes- le mostró un nuevo camino que lo marcaría para siempre. Y se permitió configurarlos a través de las modernas técnicas que le aportaban las interesantes materias con que se codeaba en la facultad. Su dicha, como siempre, era coronada diariamente en la cama, con las promotoras, que debían soportar sus descubrimientos sobre como “posicionar a Dios”.
Se inscribió en un curso de Oratoria, y empezó a practicar. La interpretación de los secretos de la Biblia se le facilitaba a cada paso. A la mañana adoctrinaba a cosmetólogas con su verba, en textos tipo “la alantoína refuerza los poros resecos”, que se transformaban en la tarde en “el Señor refuerza la voluntad perdida de sus hijos”. Podía notar cómo el ímpetu que ponía a cada mensaje era igual en intensidad y convicción. Pero lo más interesante era que lograba igual efecto. Así como aquellos argumentos convencían a las cosmetólogas (previo paso de Aquiles por sus camas) que luego, enceguecidas, convencían a las futuras clientas de las líneas de belleza, las chicas que se acercaban a la iglesia no sabían diferenciar mucho si lo que hacían lo hacían por las promesas de eternidad divina o por la deseada posibilidad de acceder a la eternidad que otorgara la fortuna de Aquiles y su familia.
A Aquiles en el fondo le costaba un poco descubrir a Dios, detrás de la imagen marketinera que él mismo construía, siempre más brillante y vendedora que la simpleza ramplona de las deplorables traducciones de los libros sagrados. Y le costaba también saber cuál era ahora su verdadera vocación: si Dios o el Marketing, aquel otro dios no menos manipulable. Pensaba que eran dos formas de energía que lo regían y que, con el tiempo sabía que lograría manejar a su antojo.
Y así, como sin querer, un día llegó a jefe, otro a director, hasta el salto poderoso a gerente general. En fin: que un día entró a la convención de accionistas de la empresa cosmetológica como presidente y representante directo de su padre, su consagración final. Algo que no sintió como contradictorio ya que hacía mucho tiempo que también ya “representaba” al “otro padre” en la iglesia.
Apareció en mi consultorio bastantes años después, cuando decidió divorciarse por primera vez. Su problemática era sencilla y común a muchos mortales: le costaba un poco permanecer fiel en medio de dos mundos en que había clientela con amplia mayoría femenina, y él aparecía en ambos como el hombre con “más poder”.
En tal contexto el psicoanálisis le sirvió para cambiar ideas, apenas.
Sus convicciones habían sufrido un proceso de anquilosamiento defensivo: sostenía que Dios lo guiaba en todo, hasta en sus infidelidades, que las oraciones de sus fieles le permitían alcanzar en forma sencilla una cuota mayor de market share en la venta de cosméticos, y el dinero que sumaba aquí y allá eran las bendiciones que recibía del Señor.
Pasó poco tiempo conmigo. La última vez que me enteré de él fue porque escribí su nombre completo en el Google y así supe de que era el presidente de la cámara de industriales y que había vuelto a casarse con una mujer mucho menor que él. La tercera novedad me dejó paralizado: su éxito actual en la política. Es decir: un nuevo rubro.

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