Thursday, July 28, 2005

 

MAITE

Maite me fue derivada por Angie, una ex-compañera de facultad.
-Ella es la hija de una paciente mía, creo que es un caso que te va a interesar. No es problemático, y te adelanto más: lo que te cuente en la primera sesión ya te va a alcanzar.
El comentario fue suficiente para despertar mi intriga. Hasta que la vi entrar. Maite tenía veintipico de años y ha sido una de las mujeres más bellas que pisó mi consultorio. Alta, erguida, de mirada penetrante. Destilaba seguridad.
Hacía cerca de un año que había terminado sus estudios como psicóloga, y estaba ensayando sus primeros intentos de seguir casos en forma particular. Con gran esfuerzo, estaba tratando de ubicarse en la gran ciudad. Abandonó a sus padres, con los cuales había vivido mientras fue estudiante, en una zona del Gran Buenos Aires, no muy lejana a la Capital, y se fue a vivir sola. En un único ambiente atendía a su gato, su vida personal, sus estudios de posgrado y a sus pacientes (cuando ellos llegaban escondía el gato en el baño o en la cocina).
No sin poco esfuerzo, en un año había reunido cuatro pacientes y, por falta de dinero para pagarlos había cometido el error de comenzar sin terapia personal ni supervisión sobre su trabajo.
-Es que al principio pensé que el mundo de los demás no se podía inmiscuir en mis asuntos. Yo me sentí ya profesional, y pensaba que con eso solo ya podía controlar todo –me dijo en su primer encuentro conmigo.
- ¿Y cuándo sentiste que no todo es controlable?
- Ya con mi primer paciente.
- No es poco.
Se trataba de Osvaldo, un adolescente de 19 años, muy tímido. Sintió que, desde un principio, no podía evitar el crear un vínculo con él excesivamente cariñoso, equívocamente maternal. “Me daba ganas de arroparlo” me explicaba. “Cuando me confesó que era vírgen, me sorprendí. Primero pensé que me mentía, porque era grandote, corpulento, parecía tener más edad. Después me sobrevino un enorme sentido de piedad. En la segunda sesión, sentí que me había enamorado enloquecidamente de él. Esa noche, pensando en el tema más profundamente, me di cuenta que lo que abrigaba era una pasión de esas de película dramática, digamos una gran calentura...”
Desde semejantes argumentos, Maite notó que vivía su primer gran crisis profesional. Le explicó a Osvaldo que debido a inconvenientes personales debería seguir atendiéndose con otro colega, y lo derivó.
A Osvaldo no lo podía olvidar, y por primera vez dudó de su capacidad para la especialidad adolescente que pretendía alcanzar, y para la cual había estudiado bastante.
Creyó que siendo una mujer su segunda paciente la cosa cambiaría. Pero notó que ya en su primera sesión Cecilia la inquietara. Le molestaba su excesiva belleza y lozanía, su juventud excesiva que la volvía graciosa y hasta con toques de ingenuidad real. “Sentí de entrada que no podía soportar que fuera tan linda, tan joven, tan delgada, con proporciones tan armónicas.” Como si fuera poco, notaba que ella se sentía comprendida, que Maite decía las palabras exactas para que se sintiera mejor de arranque.
Ni siquiera llegó con ella a una segunda sesión, la derivó al finalizar la primera.
Al conocer a Eduardo, su paciente siguiente, la tranquilizó bastante el hecho de que se tratara de un joven de más de veinte años, por el cual no sintió ningún interés. El muchacho venía algo golpeado porque había descubierto que su novia, a la cual conocía desde la niñez, lo engañaba con otro.
A Maite le sirvió para sentirse que crecía: podía crear distancia y la terapia comenzaba a avanzar por carriles bastante profesionales.
Aquí fue donde comenzó la terapia conmigo, y yo percibí que tenía muy claro que ya habían pasado sus primeros escarceos, siempre difíciles. Claro que en la quinta sesión de Eduardo, este se puso a llorar como un nene. Y Maite sintió la profunda necesidad de consolarlo, y luego de abrazarlo quedó absolutamente seducida por él. No pudo evitar el resto. “Ahí me di cuenta que me gustaba mucho. No sentí culpa personal, pero me empezó a preocupar la situación que comprometía mi rol profesional”.
Sin duda, ella se estaba demostrando cada vez más que su pretendida especialidad en terapia adolescente no caminaba con ella. Y por primera vez fue lúcida al demostrarse a sí mismo cada vez más que su pretendida vocación por los chicos no era de tipo profesional sino sexual: le encantaban los adolescentes varones, y correlativamente envidiaba y competía con las adolescentes mujeres.
Le propuse iniciar una supervisión con una persona de la que tenía excelentes referencias, que además la ayudaría con orientarla en su propia terapia personal. Era un caso que, personalmente, no me interesaba porque siempre evité trabajar sobre los casos de colegas en forma demasiado profunda. Creo que lo hago desde la humildad de entender que carezco de la capacidad de abstracción necesaria para “analizar analizadores”. Bastante con mi propio diván para anexar, además, remolques.
Así fue como me desvinculé de Maite. Dejé de verla hasta que me reencontré con ella casualmente en 1982, cuando acababa de regresar de un viaje por el mundo (ella), y (yo) estaba discutiendo acaloradamente con la familia porque quería ir a pelear por las Malvinas.
Y luego no la vería nunca más hasta que una tarde de un domingo del 2003, en que estaba con mi mujer en un Cinemark haciendo cola para ver la última película de James Bond. En la cola de al lado aguardaba Maite casi igual a la del 82, erguida y tan bella como entonces. Le di mi tarjeta y al día siguiente acordamos un encuentro.
¡Se mataba de risa, recordando sus errores de aquellos tiempos! Le parecía imperdonable haber sido tan calentona e inmadura, y prefería no profundizar más allá de esos conceptos. Sin embargo, yo prefería aquella esponteneidad a esta imagen irónica, despiadada y algo cínica que irradiaba.
Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que lo más lindo de una adolescente hermosa es su juventud y no su belleza. Cuando pasan los años es posible que se mantenga tal hermosura, esa “foto” igual a la original, pero el resto “ya se ha ido”.
Para sintetizarlo: Maite es hoy una bruja. Se dedicó a relatarme que su actual marido tenía mucho dinero, que eso la había seducido y que ella se lo había “sacado” a su mujer. Y que el haberle descubierto una amante le había servido para presionarlo y obtener mayores ventajas personales en su matrimonio.
- Cuando descubrí que no podía ejercer como psicóloga por mis limitaciones afectivas, me dediqué a estudiar publicidad, y conseguí trabajo en la gerencia de marketing de una importante multinacional. Cuando mi jefe pudo divorciarse y casarse conmigo, tuve un hijo con él, y entonces él prefirió que yo abandonara el trabajo para dedicarme a la conducción de la casa.
Estudió cine, astrología, dermatología y francés.
Volví a encontrarla, el mes pasado, en el Hipódromo.
- Me divorcié. Estoy por ser abuela. Creo que ya es hora de pensar si no estoy ya preparada para retomar la psicología.
La acompañaba un adolescente que me presentó como su novio. Estaba vestida como una joven de secundaria, y me pregunté si su acompañante conocería algo de ella, si sabría que es abuela. Pensé que en un lugar como Buenos Aires, donde muchas de las vedettes y actrices andan por los 60, bien habría un lugar para Maite, que parece que siempre está por empezar a vivir.

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